Muchos de los conocidos de Tanzler eran pacientes, y la mayoría sucumbían ante esta enfermedad. La carga emocional y mental que esto requiere, es difícil de entender para nosotros que no nos enfrentamos a la muerte a diario, pero para cualquier mente sana, esta desensibilización en la realidad de la mortalidad, supone una peligrosa mella.
En este punto, cabe destacar que Tanzler no era una de las personas más estables, siempre fabulando sobre nuevas técnicas y conocimientos médicos que nunca fueron refutados. Decía saber curar varias dolencias con técnicas no testadas y siempre mencionó sus títulos y cualificaciones que nunca pudieron ser demostrados. Al parecer, no disponía de ninguna formación de escuela médica alguna.
Estos delirios de grandeza, quedaban constatados cuando narraba que siendo tanto niño o adulto, fue visitado por el espíritu de un antiquísimo ancestro, la Condesa Anna Constantia Von Cosel, de la cuál Tanzel empezó a adoptar su nombre. Esta aparición, le enseñó visiones sobre una exótica belleza de negros cabellos que sería el amor de su vida.
Aunque estaba casado y con hijos, Tanzler creyó haber encontrado a su particular venus, cuando conoció a Maria Elena Milagro “Helen” de Hoyos en abril de 1930. Elena era una paciente de tuberculosis que contaba con 22 años y una gran belleza.
Tanzler se esmeró en sanar a Elena a toda costa, y su desesperada familia accedió a que la tratase con sus métodos poco ortodoxos, que no habían sido probados en nadie con anterioridad. Estos consistían, desde hierbas medicinales a tratamientos de rayos X.
De esta manera, Tanzler empezó a profesar un amor hacia Elena, a la cual agasajaba con regalos y atención, aunque sus remedios médicos no la rescataban de la enfermedad. Al parecer, la idea que tenía Tanzler, era que si salvaba a Elena de esta enfermedad fatal, no le quedaría más remedio que estar en deuda amorosa con él.
A pesar de sus obsesivos esfuerzos, Elena murió el 25 de Octubre de 1931. Tanzler temía que las aguas subterráneas contaminaran el cuerpo de la fallecida, por lo que construyó un mausoleo elevado del suelo donde descansaría el cuerpo en paz, con el permiso de la familia. Allí, comenzó a visitar a Elena, y su relación con ella avanzó a un estadio más macabro.
La familia de Elena, había confiado en él la vida de su hija, y conociendo lo mucho que hizo por ella, no sospecharon nada de sus visitas a la tumba. Lo que no sabían en ese momento, es que Tanzler se había embarcado en una carrera contra la descomposición del cuerpo de Elena, intentando mantener el cadáver en un estado de éxtasis. Preservó el cuerpo con formaldehido e intentó otras dudosas técnicas como aplicarle electricidad con un cañón tesla o ungüentos de partículas de oro.
Durante los siguientes dos años, se sentaba junto a Elena la mayoría de noches, manteniendo largas conversaciones con su cadáver. Incluso llegó a instalar un teléfono para poder comunicarse con ella aunque no estuviera presente allí. Tanzler manifestó que el fantasma de Elena le visitaba de forma regular, pidiéndole que retirase el cuerpo de su tumba.
Eso es lo que hizo en 1933, robando el cuerpo de Elena del mausoleo y llevándola a su casa. En este punto, Elena llevaba muerta dos años, y Tanzler luchaba incesantemente para preservar su cuerpo. Usaba toda clase de preservantes para detener la descomposición, y aplicaba botella tras botella de perfumes para compensar el hedor que desprendía su marchito cuerpo.
Nada parecía funcionar, y el cuerpo de Elena Hoyos continuó pudriéndose. A pesar de eso, intentó siempre que ambos permanecieran juntos, simulando vivir una feliz relación. Para ello, incluso tocaba canciones en el órgano para ella, instrumento en el que Tanzler era experto.
Mientras el proceso de descomposición continuaba, sus métodos se fueron extremando. Usó cuerdas de piano para mantener sus huesos juntos, en un bizarro intento de conservar su esqueleto formado. Cuando sus ojos se pudrieron, los sustituyó por unas réplicas de cristal. Su piel podrida pronto fue cayendo, y mientras lo hacía, Tanzler fue reemplazándola con una extraña composición que había creado, mezclando terciopelo, cera y yeso.
En cada paso natural de la descomposición, Tanzler intentó congelar a Elena en el tiempo, y con cada uno de estos pasos, ella era menos ese cuerpo al que había amado. Pronto se convirtió en una muñeca mórbida, una triste caricatura de la Elena Hoyos viviente. Su cuerpo se desmoronaba a la vez que sus órganos se descomponían, y Tanzler llenó su estómago y pecho con trapos con la esperanza de conservar su forma.
El pelo fue cayendo, y usó esos mismos cabellos para fabricar una peluca con la que vestir su cada vez más calva cabeza. Algunas versiones, alegan que instaló un tubo que actuaba como una falsa vagina con la que realizar el acto sexual, pero estas evidencias no fueron registradas en los primeros informes cuando el caso salió a la luz. Este hecho fue “recordado” por dos científicos presentes en la autopsia de 1940 cuando pasaron 30 años del incidente.
En 1940, nueve años después de la muerte de Elena, su hermana oyó rumores acerca de las acciones de Tanzler y fue a visitarle. En su casa, encontró el cuerpo, vestido con las ropas de Elena. Tanzler fue arrestado y se le sometió a un examen psiquiátrico. Se le encontró capaz de enfrentarse a un juicio con el cargo de haber “destruido una tumba y haber profanado el cuerpo sin autorización de forma malintencionada”. Aun así, el estatuto de limitaciones para los crímenes contra tumbas, había expirado en su caso, por lo que nunca fue castigado. Esto choca con una noticia que he encontrado sobre una fianza pagada para liberarlo. El caso es que no fue preso.
Esta terrible y extraña historia fue cubierta por los medios, pero la opinión pública, sorprendentemente, se decantó a favor de Tanzler. Mucha gente lo consideró un romántico excéntrico, que quizás se había equivocado, pero nunca con mala intención. El cuerpo de Elena Hoyos fue examinado por médicos y patólogos, y fue mostrado a un público de miles de personas. Tras esto, su cuerpo se enterró en una localización secreta, donde permanece aun actualmente.
Tanzler escribió una autobiografía pasados unos años, que apareció en la revista de fantasía y ciencia ficción, “Aventuras fantásticas”, en 1947. Pero esto no se trataba de algo ficticio, y la historia continuó. Aunque Tanzler había perdido el cuerpo de Elena, su obsesión no menguó.
Usó una mascarilla para crear una efigie, vistiéndola como Elena. De alguna manera, la grotesca transformación de una bella mujer a una muñeca perturbadora, había terminado. No había duda de que Elena Hoyos, su querida compañera en vida, inhabitante del cuerpo artificial, era más importante para Tanzler que la Elena real, una bella mujer que nunca estuvo enamorada de él al principio. Vivió de sus recuerdos con esta efigie el resto de su vida.
Tanzler murió el 13 de Agosto de 1952 en su casa. Una versión cuenta que murió con la efigie de Elena en sus brazos, aunque su obituario declara que fue encontrado muerto, desvanecido tras uno de sus órganos.
La historia es impactante, sí, pero se ha discutido que sería fácil tildar a Tanzler de lunático. A su modo, permaneció fiel a quien amaba, aunque su visión de la realidad fuese una ilusión deformada. Nos produce curiosidad, y luego nos disgusta por lo que hizo. ¿Podemos llegar a sentir algo de lástima por él, un hombre que no pudo soportar vivir en un mundo aparte de la mujer que no podía perder? Quizás la historia sea tan macabra que nos cueste verla desde un punto de vista romántico.